Esta entrevista al escritor Héctor Abad Faciolince fue publicada en la edición #182 del Periódico Nexos, en marzo de 2014.
Bajo miles de libros y lectores es ahora frecuente encontrar a Héctor Abad Faciolince, quien desde el inicio del año ejerce como Jefe del Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas en la Universidad EAFIT.
Su oficina, en un primer piso, es un cubo de dos laterales color gris, y dos más en vidrio, uno donde está la puerta de entrada y otro justo al frente con una persiana. A través de ese último se observa el espejo de agua que rodea la Biblioteca, y en él los reflejos de los que pasan, árboles y un cielo azul abierto desde donde el sol ilumina y calienta el asfalto de la plazoleta principal.
Abad Faciolince se acomoda en uno de los dos muebles café que tiene en su cubo laboral. Sobre una mano recuesta la cabeza y a medida que el tiempo pasa, juega de vez en cuando con su cabello gris. Desde esa posición, durante cerca de una hora, habla sobre el oficio al que le ha dedicado la vida: la escritura.
Valeria Zapata Giraldo: En su columna, “Instrucciones para escribir una crónica”, hace una diferenciación entre lo que es un escritor crónico y un escritor literario. ¿Cuál de los dos ha ejercido más a lo largo de su carrera?
Héctor Abad Faciolince: El periodismo, al ser un oficio del que he vivido, es algo que yo tengo que hacer y no puedo sacar disculpas. Esa encarnación a la que he estado obligado es la que más he frecuentado, pero nunca he dejado de hacer otras cosas con más libertad. No hay ninguna con la que me sienta mejor, digamos que aunque el periodismo haya sido una fuente de sustento, tampoco me disgusta…uno muchas veces tiene la sorpresa en la vida de que lo que hace por obligación le puede salir incluso mejor que lo que hace en entera libertad. A veces la libertad produce una especie de quietud, de apatía, de incapacidad de empezar.
V.Z.G: Para salir de los tiempos de sequía en la escritura, Andrés Caicedo cuando estaba escribiendo su novela “¡Qué viva la música!” recurría a algunos autores como Edgar Allan Poe para retomar la inspiración. ¿Recurre a lo mismo con algún autor en especial?
H.A.F: Hay escritores que le devuelven a uno la fe en la profesión, porque para escribir hay que tener una doble fe, una fe en la literatura y una fe en que escribir libros vale la pena. A veces me aplico pequeñas dosis de esos escritores, tipos como Primo Levi, Joseph Roth, y poetas como León de Greiff.
La fe es siempre irracional, la fe en la literatura es irracional. No hay una manera de comprobar científicamente que la literatura en efecto es útil o sirve para algo, pero los que nos devuelven esa fe son esos santos que cada uno tiene en el oficio. Yo muchas veces la pierdo, pero si, la receta de Caicedo es buena. Leer a los grandes autores anima. Anima no porque uno pueda escribir como ellos, sino porque uno ve que se puede escribir como ellos.
V.Z.G: ¿Cuánto hay de inspiración y cuánto de transpiración al momento de escribir?
H.A.F: En esos momentos de crisis, que en el caso mío son muy largas, uno hace muchas cosas para tratar de superarla. Un ejemplo de ello es cambiar de trabajo como lo acabo de hacer saliéndome de Blu Radio para no empezar todos los días con una discusión, con una pelea, que de alguna manera mancha y contamina el resto del día de molestia, de lucha interior con uno mismo.
Entonces, para salir de una sequía, acepté este trabajo en la biblioteca, y también para estar en contacto con esa gravitación de los libros, porque yo siento que estoy aquí debajo de un imán inmenso que me llama y que me recuerda que el oficio mío es el de los libros.
Aquí sudo, sí, transpiro en oficios de compra de libros, de ideas para promocionar la lectura entre los estudiantes, pero al mismo tiempo yo espero que ese contacto permanente con libros me manche a mi, no de malestar como con una discusión diaria en una emisora, sino que me manche de palabras que se combinan bien, de contacto con lectores, y a eso si quieres lo podemos llamar inspiración.
V.Z.G: A propósito de la conferencia, “El oficio de no escribir”, que dictó en Holanda en enero de 2011 y ahora publicada en su blog, menciona que el oficio del escritor pudiese llegar a ser peligroso y angustiante. Pero también, respecto al libro de Piedad Bonnet, “Lo que no tiene nombre”, es posible ver que la literatura puede servir también para liberar y encontrar una especie de remedio. ¿Cree que en la escritura está siempre esa duplicidad o hay un elemento más presente que el otro?
H.A.F: Es muy raro, es algo doble y contradictorio. Se ha dicho que el mayor riesgo profesional de los poetas es el suicidio, así como el riego profesional de un electricista es electrocutarse, el de los poetas el pegarse un tiro, porque el fracaso esta siempre como en un horizonte muy cercano. Uno le esta apostando a salvarse por la escritura como Piedad Bonnet, pero si uno se la apuesta todo a esa salvación por la escritura, y fracasa, lo que hay al frente es un abismo hacia el que uno, o salta, o sale corriendo para atrás.
Sobre todo para los escritores, escribir es más difícil, porque uno ha leído mucho más y se ha dado más cuenta de cuál es el nivel que habría que alcanzar, y entonces notar que las expectativas, los deseos, las ambiciones literarias no se corresponden con lo que uno es capaz de hacer es muy duro.
V.Z.G: Ya que habla de la ambición literaria, ¿por qué en algunos escritores surge el afán de escribir mucho? ¿Por qué no conformarse con tener una buena novela en vez de estar produciendo constantemente?
H.A.F: Hay artistas que tienen el don de ser prolíficos y de hacer cosas muy buenas en una vida muy corta, por ejemplo Mozart, o escritores que han escrito mucho toda la vida como Philip Roth, pero que a los 80 años decide no volver a escribir y se siente liberado. Muchas veces uno debería poder tomar la decisión en cualquier momento de su vida de no escribir más. Pero es como todas las cosas, uno se debate entre lo que puede hacer, entre lo que los demás le exigen y entre las necesidades materiales.
Muchos escritores tienen simplemente necesidades materiales, no saben hacer otra cosa y entonces escriben una novela al año, buena o mala, como escribo yo mis artículos que, buenos o malos, tengo que escribirlos. Yo creo que los escritores que escriben por una necesidad material y publican sea como sea una o dos novelas al año en general quedan destrozados por la mediocridad.
V.Z.G: En la revista Soho en 2011 publicó un artículo llamado “Proyecto Barba”, en el que decía que no se afeitaría la barba hasta no terminar la novela que estaba escribiendo en ese momento. ¿Sí lo llevó a cabo?
H.A.F: Bueno, como ven tengo la barba muy cortica (risas)…esa novela que estaba escribiendo se llamaba “Antepasados Futuros” y efectivamente yo estaba muy desesperado ya con una barba hasta el pecho. Desde que retomé su escritura en un retiro para escritores en Italia, tomé la decisión de no volverme a afeitar y la acabé en seis o siete meses. Digamos que la molestia cotidiana de sentirme como un vagabundo todos los días era una presión adicional, pero lo que pasa es que la novela no me gustó y se quedó en un baúl donde yo guardo cosas. No la quemé, pero tampoco la iba a publicar porque no quedé satisfecho con ella, así que cuando le puse punto final a una primera versión, fui a una peluquería y me afeité.
V.Z.G: Respecto a la Twitter novela, otro proyecto que tenía, ¿por qué no la terminó?
H.A.F: Es que la mayoría de las cosas no las termino (risas). Yo muchas veces me siento con muchas ideas, empiezo, hago algo y después…me desentiendo, abandono el proyecto a mitad de camino.
Yo creí que podía escribir una novela frase a frase todos los días, porque así se escriben las novelas, frase por frase, pero perdía el interés. Una novela también se lee frase por frase pero uno pierde el hilo apenas leyendo una línea cada día, y en Twitter más, porque uno lee lo que llega cuando está conectado y es muy difícil seguir toda la línea del tiempo hacia atrás.
Empecé una historia, pero empezaron a salirse ramas y cosas raras y me aburrí y la dejé como tantos otros proyectos…iban a ser mil tweets y me quedé como en el trescientos algo.
V.Z.G: En la Twitter novela se alcanza a notar una clara influencia de la realidad en la escritura de ficción, al adjuntar fotografías de los paisaje que tenía al frente al momento en que escribía y asociando estas con su historia. ¿Qué tanto de ficción y qué tanto de realidad tienen sus escritos en general?
H.A.F: Hay cosas que Twitter me permitía; por ejemplo, si yo estaba oyendo una música, ponía al personaje a oír esa música poniendo un link en Youtube. Además de eso quería que en la novela algunas de las decisiones no las tomara yo sino que las tomara el azar, entonces usaba los dados y filmaba con mi teléfono la decisión de si el protagonista iba a tener hijos o no y cuantos hijos iba a tener, y él me lo iba diciendo. Muchas veces el dado coincidía con mi vida, como el número de hijos que dio para mi protagonista, dos, y juro que es verdad y lo filmé.
La ficción es siempre una mezcla rara de la propia experiencia. Cuando uno está muy obsesionado escribiendo un libro, todo lo que vive se canaliza hacia lo que uno está creando.
V.Z.G: ¿Tiene algún hábito a la hora de escribir?
H.A.F: Yo he descubierto que la escritura y la caminata, sobre todo la caminata silenciosa y solitaria son dos cosas que van muy de la mano.
Para escribir, caminando solo por el campo con una libretica en el bolsillo como las que yo uso, las ideas me llegan, sudando por la caminada, la inspiración llega espontáneamente.
Para escribir no puedo escuchar música porque me gusta mucho y me distrae. Yo tengo una finquita en La Ceja que es como un sitio ideal para escribir porque es muy silenciosa, no tengo vecinos ruidosos y puedo caminar por el bosque y por carreteritas que hay…¡Pero este también es un buen sitio para escribir! Aquí veo agua, veo reflejos, veo árboles, veo jóvenes, todo está lleno de vida.
V.Z.G: ¿Escribe y lee todos los días?
H.A.F: Trato de leer todos los días. Antes leía muchos más libros, ahora paso mucho tiempo leyendo en la red. Escribo siempre que puedo y tengo una idea o un compromiso. Por ejemplo, se que este fin de semana, en la finquita en La Ceja tengo que escribir un artículo para el New York Times, porque es por encargo y ya me comprometí. Últimamente como tengo tantos compromisos y solicitudes, escribo más artículos por obligación que novelas porque me salen…para bien o para mal es así.
V.Z.G: ¿La obligación no hace perder el que hacer al momento de redactar?
H.A.F: : Yo no tengo mucho placer al momento de redactar, yo tengo placer al momento de terminar y sentirme satisfecho. Mientras redacto lucho con lo que estoy haciendo, con las palabras, con las ideas, puliendo, concentrándome en que sea claro, que sea llamativo y que no sea repetitivo.
Sí, yo escribía con mucha más libertad cuando nadie me conocía, nadie me leía y no tenia editoriales…ese fue un momento de mi vida que a veces añoro, porque después la cosa cambia, todo el mundo le publicaría a uno incluso una idiotez pero entonces se corre el riesgo de publicar idioteces.
V.Z.G: Ha tenido muchos papeles en su relación con los libros, como editor, lector, escritor, comerciante de libros, traductor, y ahora Jefe del Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas. ¿Qué papel siente que le falta?
H.A.F: Esto era lo que me faltaba, en la cadena del libro me faltaba el papel de bibliotecario, que tiene una tradición también antigua entre escritores. Me llamó mucho la atención, encarnarme en otro oficio que tenga que ver el libro y tratar de que esta biblioteca les de a los estudiantes, a los profesores y a los ciudadanos de Medellín un servicio impecable en el acceso a la información, a los libros, a los documentos, a las herramientas nuevas de libros electrónicos, de documentos electrónicos, de revistas especializadas…me parece bonito.
Bajo miles de libros y lectores es ahora frecuente encontrar a Héctor Abad Faciolince, quien desde el inicio del año ejerce como Jefe del Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas en la Universidad EAFIT.
Su oficina, en un primer piso, es un cubo de dos laterales color gris, y dos más en vidrio, uno donde está la puerta de entrada y otro justo al frente con una persiana. A través de ese último se observa el espejo de agua que rodea la Biblioteca, y en él los reflejos de los que pasan, árboles y un cielo azul abierto desde donde el sol ilumina y calienta el asfalto de la plazoleta principal.
Abad Faciolince se acomoda en uno de los dos muebles café que tiene en su cubo laboral. Sobre una mano recuesta la cabeza y a medida que el tiempo pasa, juega de vez en cuando con su cabello gris. Desde esa posición, durante cerca de una hora, habla sobre el oficio al que le ha dedicado la vida: la escritura.
Valeria Zapata Giraldo: En su columna, “Instrucciones para escribir una crónica”, hace una diferenciación entre lo que es un escritor crónico y un escritor literario. ¿Cuál de los dos ha ejercido más a lo largo de su carrera?
Héctor Abad Faciolince: El periodismo, al ser un oficio del que he vivido, es algo que yo tengo que hacer y no puedo sacar disculpas. Esa encarnación a la que he estado obligado es la que más he frecuentado, pero nunca he dejado de hacer otras cosas con más libertad. No hay ninguna con la que me sienta mejor, digamos que aunque el periodismo haya sido una fuente de sustento, tampoco me disgusta…uno muchas veces tiene la sorpresa en la vida de que lo que hace por obligación le puede salir incluso mejor que lo que hace en entera libertad. A veces la libertad produce una especie de quietud, de apatía, de incapacidad de empezar.
V.Z.G: Para salir de los tiempos de sequía en la escritura, Andrés Caicedo cuando estaba escribiendo su novela “¡Qué viva la música!” recurría a algunos autores como Edgar Allan Poe para retomar la inspiración. ¿Recurre a lo mismo con algún autor en especial?
H.A.F: Hay escritores que le devuelven a uno la fe en la profesión, porque para escribir hay que tener una doble fe, una fe en la literatura y una fe en que escribir libros vale la pena. A veces me aplico pequeñas dosis de esos escritores, tipos como Primo Levi, Joseph Roth, y poetas como León de Greiff.
La fe es siempre irracional, la fe en la literatura es irracional. No hay una manera de comprobar científicamente que la literatura en efecto es útil o sirve para algo, pero los que nos devuelven esa fe son esos santos que cada uno tiene en el oficio. Yo muchas veces la pierdo, pero si, la receta de Caicedo es buena. Leer a los grandes autores anima. Anima no porque uno pueda escribir como ellos, sino porque uno ve que se puede escribir como ellos.
V.Z.G: ¿Cuánto hay de inspiración y cuánto de transpiración al momento de escribir?
H.A.F: En esos momentos de crisis, que en el caso mío son muy largas, uno hace muchas cosas para tratar de superarla. Un ejemplo de ello es cambiar de trabajo como lo acabo de hacer saliéndome de Blu Radio para no empezar todos los días con una discusión, con una pelea, que de alguna manera mancha y contamina el resto del día de molestia, de lucha interior con uno mismo.
Entonces, para salir de una sequía, acepté este trabajo en la biblioteca, y también para estar en contacto con esa gravitación de los libros, porque yo siento que estoy aquí debajo de un imán inmenso que me llama y que me recuerda que el oficio mío es el de los libros.
Aquí sudo, sí, transpiro en oficios de compra de libros, de ideas para promocionar la lectura entre los estudiantes, pero al mismo tiempo yo espero que ese contacto permanente con libros me manche a mi, no de malestar como con una discusión diaria en una emisora, sino que me manche de palabras que se combinan bien, de contacto con lectores, y a eso si quieres lo podemos llamar inspiración.
V.Z.G: A propósito de la conferencia, “El oficio de no escribir”, que dictó en Holanda en enero de 2011 y ahora publicada en su blog, menciona que el oficio del escritor pudiese llegar a ser peligroso y angustiante. Pero también, respecto al libro de Piedad Bonnet, “Lo que no tiene nombre”, es posible ver que la literatura puede servir también para liberar y encontrar una especie de remedio. ¿Cree que en la escritura está siempre esa duplicidad o hay un elemento más presente que el otro?
H.A.F: Es muy raro, es algo doble y contradictorio. Se ha dicho que el mayor riesgo profesional de los poetas es el suicidio, así como el riego profesional de un electricista es electrocutarse, el de los poetas el pegarse un tiro, porque el fracaso esta siempre como en un horizonte muy cercano. Uno le esta apostando a salvarse por la escritura como Piedad Bonnet, pero si uno se la apuesta todo a esa salvación por la escritura, y fracasa, lo que hay al frente es un abismo hacia el que uno, o salta, o sale corriendo para atrás.
Sobre todo para los escritores, escribir es más difícil, porque uno ha leído mucho más y se ha dado más cuenta de cuál es el nivel que habría que alcanzar, y entonces notar que las expectativas, los deseos, las ambiciones literarias no se corresponden con lo que uno es capaz de hacer es muy duro.
V.Z.G: Ya que habla de la ambición literaria, ¿por qué en algunos escritores surge el afán de escribir mucho? ¿Por qué no conformarse con tener una buena novela en vez de estar produciendo constantemente?
H.A.F: Hay artistas que tienen el don de ser prolíficos y de hacer cosas muy buenas en una vida muy corta, por ejemplo Mozart, o escritores que han escrito mucho toda la vida como Philip Roth, pero que a los 80 años decide no volver a escribir y se siente liberado. Muchas veces uno debería poder tomar la decisión en cualquier momento de su vida de no escribir más. Pero es como todas las cosas, uno se debate entre lo que puede hacer, entre lo que los demás le exigen y entre las necesidades materiales.
Muchos escritores tienen simplemente necesidades materiales, no saben hacer otra cosa y entonces escriben una novela al año, buena o mala, como escribo yo mis artículos que, buenos o malos, tengo que escribirlos. Yo creo que los escritores que escriben por una necesidad material y publican sea como sea una o dos novelas al año en general quedan destrozados por la mediocridad.
V.Z.G: En la revista Soho en 2011 publicó un artículo llamado “Proyecto Barba”, en el que decía que no se afeitaría la barba hasta no terminar la novela que estaba escribiendo en ese momento. ¿Sí lo llevó a cabo?
H.A.F: Bueno, como ven tengo la barba muy cortica (risas)…esa novela que estaba escribiendo se llamaba “Antepasados Futuros” y efectivamente yo estaba muy desesperado ya con una barba hasta el pecho. Desde que retomé su escritura en un retiro para escritores en Italia, tomé la decisión de no volverme a afeitar y la acabé en seis o siete meses. Digamos que la molestia cotidiana de sentirme como un vagabundo todos los días era una presión adicional, pero lo que pasa es que la novela no me gustó y se quedó en un baúl donde yo guardo cosas. No la quemé, pero tampoco la iba a publicar porque no quedé satisfecho con ella, así que cuando le puse punto final a una primera versión, fui a una peluquería y me afeité.
V.Z.G: Respecto a la Twitter novela, otro proyecto que tenía, ¿por qué no la terminó?
H.A.F: Es que la mayoría de las cosas no las termino (risas). Yo muchas veces me siento con muchas ideas, empiezo, hago algo y después…me desentiendo, abandono el proyecto a mitad de camino.
Yo creí que podía escribir una novela frase a frase todos los días, porque así se escriben las novelas, frase por frase, pero perdía el interés. Una novela también se lee frase por frase pero uno pierde el hilo apenas leyendo una línea cada día, y en Twitter más, porque uno lee lo que llega cuando está conectado y es muy difícil seguir toda la línea del tiempo hacia atrás.
Empecé una historia, pero empezaron a salirse ramas y cosas raras y me aburrí y la dejé como tantos otros proyectos…iban a ser mil tweets y me quedé como en el trescientos algo.
V.Z.G: En la Twitter novela se alcanza a notar una clara influencia de la realidad en la escritura de ficción, al adjuntar fotografías de los paisaje que tenía al frente al momento en que escribía y asociando estas con su historia. ¿Qué tanto de ficción y qué tanto de realidad tienen sus escritos en general?
H.A.F: Hay cosas que Twitter me permitía; por ejemplo, si yo estaba oyendo una música, ponía al personaje a oír esa música poniendo un link en Youtube. Además de eso quería que en la novela algunas de las decisiones no las tomara yo sino que las tomara el azar, entonces usaba los dados y filmaba con mi teléfono la decisión de si el protagonista iba a tener hijos o no y cuantos hijos iba a tener, y él me lo iba diciendo. Muchas veces el dado coincidía con mi vida, como el número de hijos que dio para mi protagonista, dos, y juro que es verdad y lo filmé.
La ficción es siempre una mezcla rara de la propia experiencia. Cuando uno está muy obsesionado escribiendo un libro, todo lo que vive se canaliza hacia lo que uno está creando.
V.Z.G: ¿Tiene algún hábito a la hora de escribir?
H.A.F: Yo he descubierto que la escritura y la caminata, sobre todo la caminata silenciosa y solitaria son dos cosas que van muy de la mano.
Para escribir, caminando solo por el campo con una libretica en el bolsillo como las que yo uso, las ideas me llegan, sudando por la caminada, la inspiración llega espontáneamente.
Para escribir no puedo escuchar música porque me gusta mucho y me distrae. Yo tengo una finquita en La Ceja que es como un sitio ideal para escribir porque es muy silenciosa, no tengo vecinos ruidosos y puedo caminar por el bosque y por carreteritas que hay…¡Pero este también es un buen sitio para escribir! Aquí veo agua, veo reflejos, veo árboles, veo jóvenes, todo está lleno de vida.
V.Z.G: ¿Escribe y lee todos los días?
H.A.F: Trato de leer todos los días. Antes leía muchos más libros, ahora paso mucho tiempo leyendo en la red. Escribo siempre que puedo y tengo una idea o un compromiso. Por ejemplo, se que este fin de semana, en la finquita en La Ceja tengo que escribir un artículo para el New York Times, porque es por encargo y ya me comprometí. Últimamente como tengo tantos compromisos y solicitudes, escribo más artículos por obligación que novelas porque me salen…para bien o para mal es así.
V.Z.G: ¿La obligación no hace perder el que hacer al momento de redactar?
H.A.F: : Yo no tengo mucho placer al momento de redactar, yo tengo placer al momento de terminar y sentirme satisfecho. Mientras redacto lucho con lo que estoy haciendo, con las palabras, con las ideas, puliendo, concentrándome en que sea claro, que sea llamativo y que no sea repetitivo.
Sí, yo escribía con mucha más libertad cuando nadie me conocía, nadie me leía y no tenia editoriales…ese fue un momento de mi vida que a veces añoro, porque después la cosa cambia, todo el mundo le publicaría a uno incluso una idiotez pero entonces se corre el riesgo de publicar idioteces.
V.Z.G: Ha tenido muchos papeles en su relación con los libros, como editor, lector, escritor, comerciante de libros, traductor, y ahora Jefe del Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas. ¿Qué papel siente que le falta?
H.A.F: Esto era lo que me faltaba, en la cadena del libro me faltaba el papel de bibliotecario, que tiene una tradición también antigua entre escritores. Me llamó mucho la atención, encarnarme en otro oficio que tenga que ver el libro y tratar de que esta biblioteca les de a los estudiantes, a los profesores y a los ciudadanos de Medellín un servicio impecable en el acceso a la información, a los libros, a los documentos, a las herramientas nuevas de libros electrónicos, de documentos electrónicos, de revistas especializadas…me parece bonito.