Hace un tiempo escuché una frase por parte de un personaje de película tan ridículo que decidí en aquel momento pasar por alto cualquier línea de su guión que modulara en las escenas que le correspondían. Sin embargo, esas palabras que había proferido y a las que yo había decidido no poner mucha atención, a los días, incluso a los años -que ya se cumplen dos- siguieron retumbándome en la cabeza y ahora me digo que ese personaje caracterizado por su transexualidad no puede ser más sabio y oportuno.
La película es "Todo sobre mi madre", de Almodóvar -de esos directores que se admiran y a la vez se cuestionan tanto-. La escena era así: una mujer, solo recuerdo que era famosa, tardaba una eternidad para dar cara al público que la esperaba impaciente al frente del escenario para verla en acción (mejor se ven la película, y si los anima más: fue ganadora de muchos premios). Como ella no aparecía, su asistente, "La Agrado", un transexual que debe su seudónimo a su búsqueda incansable por agradar a la gente, decide salir al escenario y hacer su propio show para cubrir a su jefa. En la tarima habla de tetas y de sus múltiples operaciones para tener un aspecto más femenino con el paso del tiempo. El electroshock en mi ocurrió cuando, luego de hablar de sus múltiples intervenciones quirúrgicas, La Agrado concluye que (advierto, ganándose los aplausos de su público): "Uno es más auténtico en cuanto más se parece a lo que soñó de sí mismo".
Uno (usted mismo, o yo misma) - es más (sube a otro escalafón en una jerarquía de superioridades) - auténtico ( fiel a sus orígenes y convicciones según la RAE) - en cuánto más se parece (una búsqueda de la semejanza) - a lo que soñó (soñar, eso que nos motiva a vivir) - de sí mismo (usted mismo, o yo misma -de nuevo-).
Hace una hora y media, más o menos, pareciera que La Agrado hubiera logrado salirse de uno de los millones de copias en DVD de "Todo sobre mi madre" para susurrarme al oído ese conjunto de preposiciones, sustantivos, adverbios etc. etc. etc. que había dicho al final de su acto en tarima y para, más allá de ser útil para el guión, me fuese útil también a mi, para reafirmar lo que sueño de mi misma, lo que soy, o tal vez reafirmarse usted mismo que ahora lee esto que escribo.
No tiene ningún ser humano la obligación de ser instrumento de una sociedad que produce y vende sueños y sonrisas postizas a costa de perder cada uno sus verdaderas convicciones, de reprimir sus sueños y lo que en verdad se es. Sí, ninguno tiene la obligación, pero lo cierto es que nos echamos un pajazo mental tan grande que lo hacemos por voluntad propia.
A veces uno siente que tiene una gran batalla entre uno mismo y el mundo entero, los imaginarios que salen del corazón y el propio raciocinio y esos otros que quieren inyectar las cabezas de todos y de los cuales somos víctimas y victimarios. Otra cosa muy cierta, que también acabo de escuchar -no por parte de La Agrado ni otro personaje ficticio- es hasta donde llegan nuestras propias convicciones, y hasta donde llegan las ideas ajenas a nosotros. Es una franja tan débil y tan delicada que en muchos casos es difícil diferenciar, pues se va homogeneizando y entremezclando, dejándonos con el cuestionamiento más grande que un ser humano se tarde en resolver toda una vida: ¿quién soy yo?, y con esta muchas más: ¿Qué hace parte de mi y qué características he adoptado? ¿cuántas caras tengo? ¿qué máscaras uso en diferentes situaciones de la vida? y sobretodo, ¿cuál de esas caras es auténticamente mía?...
No pretendo alargarme, pero sí agradecer como última cosa que escribiré aquí el hecho de ser cada vez más consciente de las cosas que soy y que no soy, que la franja se va esclareciendo y que los sueños que me salen del corazón toman un color cada vez más luminoso y más nítido. Que poco a poco se va sabiendo diferenciar qué cosas del mundo definitivamente no son para uno, que se está en el legítimo derecho de negarse a hacer cosas que no se quiere, y lo más importante: que las sonrisas de verdad, las del alma y que se representan físicamente en una auténtica risa y una mirada transparente, valen mucho más que cualquier perfecta sonrisa postiza.
La Agrado, ese personaje que vislumbraba el paraíso en una talla más grande de brasier, unas piernas depiladas y una cintura estrecha, es en definitiva de esas personas que agradan por ser fieles a sus pasiones.
La película es "Todo sobre mi madre", de Almodóvar -de esos directores que se admiran y a la vez se cuestionan tanto-. La escena era así: una mujer, solo recuerdo que era famosa, tardaba una eternidad para dar cara al público que la esperaba impaciente al frente del escenario para verla en acción (mejor se ven la película, y si los anima más: fue ganadora de muchos premios). Como ella no aparecía, su asistente, "La Agrado", un transexual que debe su seudónimo a su búsqueda incansable por agradar a la gente, decide salir al escenario y hacer su propio show para cubrir a su jefa. En la tarima habla de tetas y de sus múltiples operaciones para tener un aspecto más femenino con el paso del tiempo. El electroshock en mi ocurrió cuando, luego de hablar de sus múltiples intervenciones quirúrgicas, La Agrado concluye que (advierto, ganándose los aplausos de su público): "Uno es más auténtico en cuanto más se parece a lo que soñó de sí mismo".
Uno (usted mismo, o yo misma) - es más (sube a otro escalafón en una jerarquía de superioridades) - auténtico ( fiel a sus orígenes y convicciones según la RAE) - en cuánto más se parece (una búsqueda de la semejanza) - a lo que soñó (soñar, eso que nos motiva a vivir) - de sí mismo (usted mismo, o yo misma -de nuevo-).
Hace una hora y media, más o menos, pareciera que La Agrado hubiera logrado salirse de uno de los millones de copias en DVD de "Todo sobre mi madre" para susurrarme al oído ese conjunto de preposiciones, sustantivos, adverbios etc. etc. etc. que había dicho al final de su acto en tarima y para, más allá de ser útil para el guión, me fuese útil también a mi, para reafirmar lo que sueño de mi misma, lo que soy, o tal vez reafirmarse usted mismo que ahora lee esto que escribo.
No tiene ningún ser humano la obligación de ser instrumento de una sociedad que produce y vende sueños y sonrisas postizas a costa de perder cada uno sus verdaderas convicciones, de reprimir sus sueños y lo que en verdad se es. Sí, ninguno tiene la obligación, pero lo cierto es que nos echamos un pajazo mental tan grande que lo hacemos por voluntad propia.
A veces uno siente que tiene una gran batalla entre uno mismo y el mundo entero, los imaginarios que salen del corazón y el propio raciocinio y esos otros que quieren inyectar las cabezas de todos y de los cuales somos víctimas y victimarios. Otra cosa muy cierta, que también acabo de escuchar -no por parte de La Agrado ni otro personaje ficticio- es hasta donde llegan nuestras propias convicciones, y hasta donde llegan las ideas ajenas a nosotros. Es una franja tan débil y tan delicada que en muchos casos es difícil diferenciar, pues se va homogeneizando y entremezclando, dejándonos con el cuestionamiento más grande que un ser humano se tarde en resolver toda una vida: ¿quién soy yo?, y con esta muchas más: ¿Qué hace parte de mi y qué características he adoptado? ¿cuántas caras tengo? ¿qué máscaras uso en diferentes situaciones de la vida? y sobretodo, ¿cuál de esas caras es auténticamente mía?...
No pretendo alargarme, pero sí agradecer como última cosa que escribiré aquí el hecho de ser cada vez más consciente de las cosas que soy y que no soy, que la franja se va esclareciendo y que los sueños que me salen del corazón toman un color cada vez más luminoso y más nítido. Que poco a poco se va sabiendo diferenciar qué cosas del mundo definitivamente no son para uno, que se está en el legítimo derecho de negarse a hacer cosas que no se quiere, y lo más importante: que las sonrisas de verdad, las del alma y que se representan físicamente en una auténtica risa y una mirada transparente, valen mucho más que cualquier perfecta sonrisa postiza.
La Agrado, ese personaje que vislumbraba el paraíso en una talla más grande de brasier, unas piernas depiladas y una cintura estrecha, es en definitiva de esas personas que agradan por ser fieles a sus pasiones.